Sábado 16 de Noviembre

Reflexión sobre el Evangelio

El Señor ha anunciado su asistencia a la Iglesia para que pueda cumplir indefectiblemente su misión hasta el fin de los tiempos; la Iglesia, por tanto, no puede desviarse de la verdadera fe. Pero no todos los hombres perseverarán fieles, sino que algunos se apartarán voluntariamente de la fe. Es el gran misterio que San Pablo llama de iniquidad y apostasía (2 Ts 2,3), que el mismo Jesucristo anuncia en otros lugares (Mt 24,12-13). De este modo nos previene el Señor para que, aunque a nuestro alrededor haya quienes desfallezcan, nos mantengamos vigilantes y perseverando en la fe y en la oración.

Meditación

La oración de petición y la misericordia divina

I. El Señor nos enseñó de muchas maneras la necesidad de oración y la alegría con que acoge nuestras peticiones. Él mismo ruega al Padre para darnos ejemplo de lo que habíamos de hacer nosotros. Bien sabe Dios que cada instante de nuestra existencia es fruto de su bondad, que carecemos de todo, que nada tenemos. Jesucristo quiso darnos todas las garantías posibles, al mismo tiempo que nos mostraba las condiciones que ha de tener siempre la petición. El amor de los hijos de Dios debe expresarse en la constancia y en la confianza, pues “si a veces tarda en dar, encarece sus dones, no los niega… Pide, busca, insiste. Dios te reserva lo que no te quiere dar de inmediato, para que aprendas a desear vivamente las cosas grandes. Por tanto, conviene orar y no desfallecer”.

II. El Señor es compasivo y misericordioso (St 5,11) con nuestras deficiencias y con nuestros males. Santo Tomás insiste frecuentemente que en la omnipotencia divina resplandece de manera especial la misericordia abundante e infinita. En Cristo, enseña el Papa Juan Pablo II, se hace particularmente visible la misericordia de Dios. “Él mismo la encarna y la personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia” (Juan Pablo II, Encíclica Dives inmisericordia). Él nos conoce bien y se compadece de la enfermedad, de la mala situación económica que quizá atravesamos…, de las penas que la vida lleva a veces consigo. Sin embargo, nuestra primera solicitud, la petición más urgente que elevamos cada día al Señor debe ser el estado de nuestra alma. Jesús, por su misericordia, nos ayudará a poner remedio al pecado, a nunca alejarnos de Él.

III. En Caná de Galilea, la Virgen puso de manifiesto su poder de intercesión ante la carencia del vino en la fiesta de bodas. El Señor había determinado que su hora fuera adelantada por la petición de su Madre. Desde el principio la obra redentora de Jesús está acompañada por la presencia de María. La Virgen Santa María, siempre atenta a las dificultades de sus hijos, será el cauce por el que llegarán con prontitud nuestras peticiones. Hoy, un sábado que procuramos dedicar especialmente a Nuestra Señora, es una buena ocasión para acudir a Ella con más frecuencia y con más amor.

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