Martes 20 de Julio

Reflexión sobre el Evangelio

Es evidente el amor de Jesús por su madre Santa María y por San José. Aprovecha este episodio Nuestro Salvador para enseñarnos que en su Reino los derechos de la sangre no tienen primacía. Podemos decir que María es la criatura más amada por Jesús a causa de los lazos creados entre ambos por la gracia, y no sólo en razón de la generación natural, que ha hecho de Ella su madre según la carne: la maternidad divina es la fuente de todas las demás prerrogativas de la Santísima Virgen; pero esta misma maternidad es, a su vez, la primera y la mayor de las gracias otorgadas a María.

Meditación

La nueva Familia de Jesús

I. ‘Alguien le dijo entonces: Mira que tu madre y tus hermanos están afuera intentando hablarte. Y Él, extendiendo las manos hacia sus discípulos, les dijo: He aquí a mi madre y a mis hermanos. Pues todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’ (Mt 12, 46-50). Nos enseña repetidamente el Señor que por encima de cualquier vínculo o autoridad humana, incluso la familiar, está el deber de cumplir la voluntad de Dios, la propia vocación. Nos dice que seguirle de cerca, en la propia vocación, la que Él ha dado a cada hombre y a cada mujer, nos lleva a compartir hasta tal punto de intimidad que constituye un vínculo más fuerte que el familiar (Sagrada Biblia, Santos Evangelios). Es muy fuerte el vínculo de la sangre, pero lo es aún más el que se origina del seguir a Cristo en el mismo camino. No hay ninguna relación humana, por estrecha que sea, que se asemeje a nuestra unión con Jesús y con quienes siguen a Jesús.

II. María es amada por Jesús de manera singular a causa del vínculo de la sangre, pero lo es más por su perfecto cumplimiento de la voluntad del Padre. Dios ensancha el corazón para amar más a los padres, a los hijos, a los hermanos, a la vez que nos pide la necesaria independencia y desprendimiento de cualquier atadura, para llevar a cabo lo que Él quiere de cada uno: realizar la propia llamada, que es única e irrepetible, aunque alguna vez, por razones comprensibles, pueda causar dolor a quienes más queremos en la tierra. ¡Qué alegría pertenecer con lazos tan fuertes a esta nueva familia de Jesús! ¡Cómo hemos de querer y ayudar a quienes estamos unidos por la fe y la vocación! Así, podemos entender las palabras de la escritura: ‘Frater qui adiuvatur a fratre quasi civitas firma’ (Pr 18, 19), el hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada. Nada puede contra la fraternidad bien vivida.

III. La Virgen, posiblemente escuchó las palabras de Jesús. Ella sabía los lazos profundos que la unían con Aquel a quien iba a ver: vínculos de la naturaleza, y otros, más profundos aún, originados por su perfecta unión con la Trinidad Beatísima, y sabía que había sido llamada desde la eternidad para ser la Madre de esta nueva familia que se forma en torno a Jesús. Más tarde en el Calvario descorre por completo el velo de su maternidad espiritual sobre aquellos que a lo largo de los siglos creerían en Jesús, cuando Él le dice señalando a Juan: ‘Ahí tienes a tu hijo’ (Jn, 19, 26). Y lo mismo que Juan la acogió en su casa, cada uno de nosotros le decimos en la intimidad de nuestra alma: ¡Madre mía, no me dejes! ¡Tú bien sabes cuánta necesidad tengo de Ti!

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