Domingo 19 de Septiembre

Reflexión sobre el Evangelio

Jesús, para enseñar gráficamente a sus Apóstoles la abnegación y humildad que necesitan en el ejercicio de su ministerio, toma a un niño, lo abraza y les explica el significado de este gesto: acoger en nombre y por amor de Cristo a los que, como ese niño, no tienen relieve a los ojos del mundo, es acoger al mismo Señor y al Padre que lo ha enviado. En ese niño que Jesús abraza están representados todos los niños del mundo, y también todos los hombres necesitados, desvalidos, pobres, enfermos, en los cuales nada brillante y destacado hay para admirar.

Meditación

El más importante de todos

I. En el Evangelio de la Misa (Mc 9, 30-37), San Marcos nos relata que Jesús, mientras atravesaba Galilea con sus discípulos, los instruía acerca de su muerte y resurrección. Sorprende que, mientras el Maestro les comunicaba los padecimientos y la muerte que había de sufrir, los discípulos discutían a sus espaldas sobre quién sería el mayor. Estando ya en casa, Jesús les preguntó por la discusión que habían mantenido en el camino. Ellos, quizá avergonzados, callaban. Entonces se sentó y, llamando a los Doce, les dijo: Si alguien quiere ser el primero, hágase el último de todos y servidor de todos. El Señor quiere enseñar a los que han de ejercer la autoridad en la Iglesia, en la familia, en la sociedad, que esa facultad es un servicio que se presta.

II. El Señor quiere enseñar principalmente a los Doce cómo han de gobernar la Iglesia. Les indica que autoridad es servir. Gobierno y obediencia no son acciones contrapuestas: en la Iglesia nacen del mismo amor a Cristo. Se manda por amor a Cristo y se obedece por amor a Cristo. La autoridad es necesaria en toda sociedad, y en la Iglesia ha sido querida directamente por el Señor. Cuando la autoridad no se ejerce debidamente en una sociedad, se hace un gran daño a sus miembros: “Se esconde una gran comodidad –y a veces una gran falta de responsabilidad– en quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar sufrimientos a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida…, pero ponen en juego la felicidad eterna –suya y de los otros– por sus omisiones, que son verdaderos pecados” (S. Josemaría Escrivá, Forja).

III. Se sirve al ejercer la autoridad, como sirvió Cristo; y se sirve obedeciendo, como el Señor, que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2, 8). Y para obedecer hemos de entender que la autoridad es un bien, un bien muy grande, sin el cual no sería posible la Iglesia, tal como Cristo la fundó. Para obedecer hemos de ser humildes, pues en cada uno de nosotros existe un principio disgregador, fruto amargo del amor propio, herencia del pecado original, que en ocasiones puede encontrar una excusa para no someter gustosamente la voluntad ante un mandato de quien Dios ha puesto para conducirnos a Él. Acudamos al amparo de Nuestra Madre Santa María, que quiso ser ‘Ancilla Domini’, la Esclava del Señor. Ella nos enseñará que servir –tanto al ejercer la autoridad como al obedecer– es reinar (Concilio Vaticano II, Lumen gentium).

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