Viernes 4 de febrero

Reflexión sobre el Evangelio

Es de notar que se intercala en el relato evangélico el extenso episodio de la muerte de Juan el Bautista. La razón es que san Juan Bautista tiene especial relevancia en la Historia de la salvación, porque es el Precursor, encargado de preparar los caminos del Mesías. Por otra parte, Juan Bautista tenía un gran prestigio entre la gente: le creían profeta (Mc 11,32) y algunos incluso el Mesías, y acudían a él de muchos lugares. Jesús mismo llegó a decir: «No ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista» (Mt 11,11). Más tarde, el apóstol san Juan también hablará de él en su Evangelio: «Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan» (Jn 1,6). Pero en el texto sagrado se aclara, sin embargo, que el Bautista, aún con ser tanto, no era la luz, sino testigo de la luz. Propiamente sólo era la lámpara que portaba la luz.

Meditación

Fortaleza en la vida ordinaria

I. El Evangelio de la Misa de hoy nos relata el martirio de Juan el Bautista porque fue coherente hasta el final con su vocación y con los principios que daban sentido a su existencia. El martirio es la mayor expresión de la virtud de la fortaleza y el testimonio supremo de una verdad que se confiesa hasta dar la vida por ella. Sin embargo, el Señor no pide a la mayor parte de los cristianos que derramen su sangre en testimonio de su fe. Pero reclama de todos una firmeza heroica para proclamar la verdad con la vida y la palabra en ambientes quizá difíciles y hostiles a las enseñanzas de Cristo, y para vivir con plenitud las virtudes cristianas en medio del mundo, en las circunstancias en las que nos ha colocado la vida. Santo Tomás (Suma Teológica) nos enseña que esta virtud se manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza.

II. Nunca fue tarea cómoda seguir a Cristo. Es tarea alegre, inmensamente alegre, pero sacrificada. Y después de la primera decisión, está la de cada día, la de cada tiempo. Necesitamos la virtud de la fortaleza para emprender el camino de la santidad y para reemprenderlo a diario sin amilanarnos a pesar de todos los obstáculos. La necesitamos para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor. La necesitamos para no permitir que el corazón se apegue a las baratijas de la tierra, y para no olvidar nunca que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa (Mt 13, 44-46), por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos. Además, esta virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos, noticias desagradables y obstáculos que se nos presentan, con nosotros mismos, y con los demás.

III. No podemos permanecer pasivos cuando se quiera poner al Señor entre paréntesis en la vida pública o cuando personas sectarias pretenden arrinconarlo en el fondo de las conciencias. Tampoco podemos permanecer callados cuando tantas personas a nuestro lado esperan un testimonio coherente con la fe que profesamos. La fortaleza de Juan es para nosotros un ejemplo.

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