Martes 15 de febrero

Reflexión sobre el Evangelio

«¿No acaban de comprender?»: «No eran cultos, ni siquiera muy inteligentes, al menos en lo que se refiere a las realidades sobrenaturales. Incluso los ejemplos y las comparaciones más sencillas les resultaban incomprensibles, y acudían al Maestro: ‘Domine, edissere nobis parabloam’, Señor, explícanos la parábola. Cuando Jesús, con una imagen, alude al fermento de los fariseos, entienden que les está recriminando por no haber comprado pan (…). Estos eran los Discípulos elegidos por el Señor; así los escoge Cristo; así aparecían antes de que, llenos del Espíritu Santo, se convirtieran en columnas de la Iglesia. Son hombres corrientes, con defectos, con debilidades, con la palabra más larga que las obras. Y, sin embargo, Jesús los llama para hacer de ellos pescadores de hombres, corredentores, administradores de la gracia de Dios» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 2).

Meditación

La tarea salvadora de la Iglesia

I. El Señor antes de su Ascensión a los Cielos, entregó a sus Apóstoles sus propios poderes en orden a la salvación del mundo: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id pues, y haced discípulos míos a todos los pueblos…; y la Iglesia comenzó enseguida, con autoridad divina, a ejercer su poder salvador. Imitando la vida de Cristo, que pasó haciendo el bien, confortando, sanando, enseñando, la Iglesia procura hacer el bien allí donde está. Les presta ayuda humana a los necesitados, enfermos, refugiados, etc. Esta ayuda humana es y será siempre grande, pero al mismo tiempo, es algo muy secundario. Por la misión recibida de Cristo, Ella aspira a mucho más: a dar a los hombres la doctrina de Cristo y llevarlos a la salvación.

II. Es abrumador el peso que, con solicitud paterna, ha de llevar sobre sí el Romano Pontífice, Vicario de Cristo: sufre la resistencia con que le combaten los enemigos de la fe y la presión de los que abominan del afán apostólico de los cristianos, que se oponen a la tarea evangelizadora que impulsa constantemente el Papa. Nosotros pediremos fervientemente por él al Señor, que lo vivifique con su aliento divino, que lo haga santo y lo llene de sus dones, que lo proteja de modo especialísimo. También tenemos el gratísimo deber de pedir cada día que todos los fieles cristianos seamos verdadera levadura en medio de un mundo alejado de Dios, que la Iglesia puede salvar. Hemos de pedir también por los Obispos, Pastores de la Iglesia de Dios junto al Papa, por los sacerdotes, por los religiosos y por todo el Pueblo de Dios. Y también por quien más necesitado esté en el Cuerpo Místico de Cristo, viviendo con naturalidad el dogma de la Comunión de los Santos.

III. La Iglesia somos todos los bautizados, y todos somos instrumentos de salvación para los demás cuando procuramos permanecer unidos a Cristo con el cumplimiento amoroso y fiel de nuestros deberes religiosos, familiares, profesionales y cívicos; con un apostolado eficaz en el entramado de relaciones en el que discurre nuestra vida. Este apostolado es urgente por la cizaña de la mala levadura que invade al mundo. Hoy pedimos a Dios Padre que sean muchos los pueblos que acojan la palabra de salvación que proclama la Iglesia, ya que también a Ella, como a Cristo –como nos recuerda la Constitución Lumen gentium- le han sido dadas en heredad todas las naciones.

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