Reflexión sobre el Evangelio
El Señor sabe que en el corazón de aquel joven hay un fondo de generosidad, de entrega. Por eso le mira complacido, con un amor de predilección que lleva consigo la invitación a vivir en una mayor intimidad con Dios. Esto exige una renuncia que el Señor concreta: abandonar todas sus riquezas, para entregar el corazón todo entero a Jesús. Dios llama a todos los hombres a la santidad. Pero son muchos los caminos que a ella conducen. A cada hombre toca poner los medios para descubrir cuál es, según la voluntad de Dios, el suyo concreto. El Señor, en sus designios, siembra en el alma de cada persona la semilla de la vocación, que indica el camino peculiar por el que ha de llegar a la meta común de la santidad.
Meditación
El joven rico
I. Nosotros hemos de preguntarle a Cristo como el joven rico del Evangelio de la Misa: ¿Qué me falta aún? Y El Señor tiene una respuesta personal para cada uno, la única respuesta válida. El Señor nos ve ahora y siempre, como vio al joven rico, con amor hondo, de predilección. Cuando aquel joven escuchó la invitación de Jesús a entregarse por completo, se retiró entristecido. Los planes de Dios no siempre coinciden con los nuestros, con aquellos que hemos forjado en la imaginación. Los proyectos divinos siempre pasan por el desprendimiento de aquello que nos ata. Dios nos llama a todos a la santidad, a la generosidad, al desprendimiento, y nos dice: ven y sígueme. No cabe la mediocridad ante la invitación de Cristo; Él no quiere discípulos de “media entrega”, con condicionamientos. Y nosotros le decimos: “Señor, no tengo otro fin en la vida que buscarte, amarte y servirte… Todos los demás objetivos de mi existencia a esto se encaminan. No quiero nada que me separe de Ti”.
II. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios. Significa sacrificio y disciplina, pero significa también alegría y realización humana. La llamada del Señor a seguirle de cerca exige una actitud de respuesta continua, porque Él, en sus diferentes llamamientos, pide una correspondencia dócil y generosa a lo largo de la existencia. ¿Qué me falta aún, Señor? Seamos sinceros: quien tiene verdaderos deseos de saber, llega a conocer con claridad los caminos de Dios. “La palabra de Dios puede llegar con el huracán o con la brisa” (1 R 19, 22). Pero para seguirla debemos estar desprendidos de toda atadura: sólo Cristo Importa. Todo lo demás, en Él y por Él.
III. El Señor vio con pena que el joven se alejaba de Él; el Espíritu Santo nos revela el motivo de aquel rechazo a la gracia: tenía muchos bienes, y estaba muy apegado a ellos. Hoy podemos examinar valientemente en la oración dónde tenemos puesto el corazón: si nos empeñamos en andar desprendidos de los bienes de la tierra, o si sufrimos cuando padecemos necesidad; si reaccionamos con rapidez ante un detalle que manifieste aburguesamiento y comodidad; si somos parcos en las necesidades personales, si frenamos la tendencia a gastar, si evitamos los gastos superfluos, si no nos creamos falsas necesidades, si llevamos con alegría las incomodidades o la falta de medios… Sólo así viviremos con la alegría y la libertad necesaria para ser discípulos del Señor en medio del mundo.