Reflexión sobre el Evangelio
«No he venido a llamar a los justos»: Este modo de actuar del Señor significa que el único título que tenemos para ser salvados es reconocernos con sencillez pecadores ante Dios. «Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de cariño. Así reina en el alma» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 181).
Meditación
Salvar lo perdido
I. Los fariseos se escandalizan al ver a Jesús sentado a la mesa con gran número de recaudadores y otros, y preguntan a sus discípulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Jesús replicó a los fariseos con estas consoladoras palabras: No necesitan de médico lo sanos, sino los enfermos. No he venido llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan (Lc 5, 31-32). Jesús viene a ofrecer su reino a todos los hombres, su misión es universal: viene para todos, pues todos andamos enfermos y somos pecadores; nadie es bueno, sino uno, Dios (Mc 10, 18). Todos debemos acudir a la misericordia y al perdón de Dios para tener vida (Jn 10, 28) y alcanzar la salvación. Las palabras del Señor que se nos presenta como Médico nos mueven a pedir perdón con humildad y confianza por nuestros pecados y también por los de aquellas personas que parecen querer seguir viviendo alejadas de Dios.
II. Cristo es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por eso tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico, diciendo la verdad de lo que le pasa, con deseos de curarse. Señor, si quieres, puedes curarme (Mt 8, 2). Unas veces, el Señor actuará directamente en nuestra alma: Quiero, sé limpio (Mt 8, 3), sigue adelante, sé más humilde, no te preocupes. En otras ocasiones, siempre que haya pecado grave, el Señor dice: Id y mostraos a los sacerdotes (Lc 17, 14), al sacramento de la penitencia, donde el alma encuentra siempre la medicina oportuna. Contamos siempre con el aliento y la ayuda del Señor para volver y recomenzar.
III. Si alguna vez nos sintiéramos especialmente desanimados por alguna enfermedad espiritual que nos pareciera incurable, no olvidemos estas palabras consoladoras de Jesús: Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Todo tiene remedio. Él está siempre muy cerca de nosotros, pero especialmente en esos momentos, por muy grande que haya sido la falta, aunque sean muchas las miserias. Basta ser sincero de verdad. No lo olvidemos tampoco si alguna vez en nuestro apostolado personal nos pareciera que alguien tiene una enfermedad del alma sin aparente solución. Sí la hay; siempre. Quizá el Señor espera de nosotros más oración y mortificación, más comprensión y cariño. Muchos de los que estaban con Jesús en aquel banquete se sentirían acogidos y comprendidos y se convertirían a Él de todo corazón. No lo olvidemos en nuestro apostolado personal.