Martes 7 de junio

Reflexión sobre el Evangelio

Las buenas obras son fruto de la caridad, que consiste en amar a los demás como nos ama el Señor (Ioh 15,12). Una de las manifestaciones más claras de la caridad es la actividad apostólica. El Concilio Vaticano II ha puesto de relieve la obligación del ‘apostolado’, derecho y deber que nacen del Bautismo y de la Confirmación (cfr Lumen gentium, n. 33), hasta el punto de que, formando el cristiano parte del Cuerpo Místico, «el miembro que no contribuye según su medida al aumento de este Cuerpo, hay que decir que no se aprovecha ni a la Iglesia ni a sí mismo» (Apostolicam actuositatem, n. 2). «Son innumerables las ocasiones que tienen los laicos para ejercer el apostolado de la evangelización y santificación. El mismo testimonio de su vida cristiana y las obras hechas con espíritu sobrenatural tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios: ‘Alumbre así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos’» (Apostolicam actuositatem, n. 6).

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