Miércoles 8 de junio

Reflexión sobre el Evangelio

Jesús enseña en este pasaje el valor perenne del Antiguo Testamento, en cuanto que es palabra de Dios; goza, por tanto, de autoridad divina y no puede despreciarse lo más mínimo. La ley promulgada por medio de Moisés y explicada por los Profetas constituía un don de Dios para el pueblo, como anticipo de la Ley definitiva que daría el Cristo o mesías. En efecto, como definió el Concilio de Trento, Jesús no sólo «fue dado a los hombres como Redentor en quien confíen, sino también como Legislador a quien obedezcan» (Concilio de Trento, Decr. De iustificatione, sess. VI, can. 21).

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