Meditación
Todo es para bien
I. La creación entera es obra de Dios, que además cuida amorosamente de todas las criaturas –hasta la más pequeña– empezando por mantenerlas constantemente en la existencia. Este cuidado y providencia se extiende muy particularmente al hombre, objeto de su predilección. Nuestro Padre quiere lo mejor para sus hijos. Lo que podríamos imaginar, para nosotros mismos y para aquellos a quienes más amamos, se queda muy lejos de los planes divinos. Él sabe muy bien lo que necesitamos, y su mirada alcanza esta vida y la eternidad. Encontramos sufrimientos, preocupaciones y trabajos, pero debemos llevarlos como hijos de Dios, sin agobios, rebeldía ni tristeza porque sabemos que Él permite esos sucesos que parecen un desastre, para purificarnos y convertirnos en corredentores. No andéis agobiados por la vida, (Mt 6, 25-26) nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa: examinemos hoy si llevamos con paz la contradicción, el dolor y el fracaso, si éstos nos acercan a nuestro Padre Dios y nos hacen más humildes.
II. Nada se derrumba si estamos amparados en el sentido de nuestra filiación divina: pues si a una hierba que hoy está en el campo, y mañana se echa al fuego en el horno, Dios así la viste, ¿cuánto más a vosotros? (Mt 6, 30). Nunca podemos olvidar que Dios nos quiere felices aquí, pero nos quiere aún más felices con Él para siempre en el cielo. Podemos abandonarnos en Dios con total confianza, pero este abandono debe ser activo y responsable, poniendo los medios que cada situación requiera, además de rezar: consultar con el médico oportunamente, hacer las gestiones para conseguir un empleo, estudiar seriamente para un examen… Abandono de hijos en manos de su Padre unido a la responsabilidad, que lleva a poner los remedios humanos.
III. Dice San Pablo que todas las cosas cooperan para el bien de quienes aman a Dios (Rm 8, 28). Después de poner los medios a nuestro alcance, o ante acontecimientos en los que nada podemos hacer, diremos en la intimidad de nuestro corazón: ‘Omnia in bonum’, todo es para bien. ¡Señor, que otra vez y siempre se cumpla tu sapientísima Voluntad! La Santísima Virgen, Nuestra Madre, nos enseñará a vivir confiadamente en las manos de Dios, si acudimos a Ella con frecuencia.