Meditación
Encontrar a Cristo en la Iglesia
I. Cuando el Señor estaba próximo a marcharse al Cielo, junto al Padre, sabiendo que siempre andaríamos necesitados de Él, dispuso los medios para que, en cualquier tiempo y lugar, pudiéramos recibir la infinita riqueza de la Redención: fundó la Iglesia, bien visible y localizable. No es posible amar, seguir y escuchar a Cristo sin amar, seguir o escuchar a la Iglesia, porque Ella es la presencia, sacramental y misteriosa a la vez, de Nuestro Señor, que prolonga su misión salvífica en el mundo hasta el final de los tiempos. Cuando san Pablo perseguía a la Iglesia, oyó la voz de Jesús que le decía: ¿Por qué me persigues? Pablo no supo hasta ese momento que perseguir a la Iglesia era perseguir al mismo Jesús.
II. Nadie puede decir que ama a Dios si no escoge el camino –Jesús– establecido por el mismo Dios: ‘Éste es mi Hijo amado…, escuchadle’. Resulta ilógica la pretensión de ser amigos de Cristo despreciando su palabra y sus deseos. Jesús es nuestro Maestro, nuestro Redentor, es Sacerdote y Víctima, y nos unimos a Él en cuanto participamos en la vida de la Iglesia; de sus sacramentos en particular, que son canales divinos por los que fluye la gracia hasta llegar a las almas. A través de los sacramentos, los méritos infinitos que Cristo nos ganó alcanzan a los hombres de todas las épocas y son, para todos, firme esperanza de vida eterna. Y si alguna vez se dieran disensiones dentro de la Iglesia, no nos sería difícil encontrar a Cristo: Apacienta a mis ovejas, le dijo a Pedro, a pesar de sus negaciones. La Iglesia está donde está Pedro y sus sucesores, los obispos en comunión con él.
III. En la Iglesia vemos a Jesús, al mismo Jesús que las multitudes querían tocar. Con la Iglesia, en cierto modo, mantenemos las mismas relaciones que con el Señor: fe, esperanza y caridad. Fe que significa creer lo que en tantas ocasiones no es evidente. La Iglesia, como Madre, acoge a las gentes santas y también a hombres débiles, como nosotros, mezquinos y perezosos quienes, a pesar de sus defectos, por ser bautizados, participan de la vida de Cristo, y están muy necesitados. Esperanza, porque la Iglesia será siempre roca firme donde buscar los bandazos que va dando el mundo. Caridad, “pues no puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por madre” (San Cipriano, Sobre la unidad). Somos de Cristo cuando somos de la Iglesia. Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, nos ayudará a ser fieles.