Meditación
No quebrará la caña cascada
I. En la vida corriente con frecuencia decimos de un enfermo que su dolencia “no tiene remedio”, y se da por imposible su curación. En la vida espiritual no es así: Jesús es el Médico que nunca da como irremediablemente perdidos a quienes han enfermado del alma. A ninguno juzga irrecuperable. El hombre más endurecido por el pecado, el que ha caído más veces y en faltas más graves nunca es abandonado por el Maestro. También para él tiene la medicina que cura porque por su dulzura y misericordia Él sabe ver la capacidad de conversión que existe en cada alma. Como caña cascada fue María Magdalena, y el buen ladrón, y la mujer adúltera…; A Pedro, después de sus negaciones le pregunta: ‘Pedro, hijo de Juan ¿me amas?’. Pensemos hoy cómo es nuestro amor, cómo respondemos a esa pregunta que nos hace el Señor.
II. ‘No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que aún humea…’ (Is 42, 1-4). La misericordia de Jesús por los hombres no decayó un instante, a pesar de las ingratitudes, las contradicciones y los odios que encontró. El amor de Cristo por los hombres es profundo, porque en primer lugar, se preocupa del alma, para conducirla, con ayudas eficaces, a la vida eterna; y, al mismo tiempo, es universal, inmenso, y se extiende a todos. Él es el Buen Pastor de todas las almas, a todas las conoce y las llama por su nombre (Mt 11, 5). No deja a ninguna perdida en el monte. Ha dado su vida por cada hombre, por cada mujer. Si alguno le ha ofendido, trata de atraerle a su Corazón misericordioso. No quiebra la caña cascada, no termina de romperla y la abandona, sino que la recompone con tanto más cuidado cuanto mayor sea su debilidad. ¡Qué gran bien para nuestra alma sentirnos hoy delante del Señor como una caña cascada que necesita de muchos cuidados! No perdamos nunca la esperanza si nos vemos con tantas miserias porque el Señor no nos deja.
III. Quienes se crucen con nosotros por circunstancias diversas, han de encontrar en la amistad o en nuestra actitud un firme apoyo para su fe. Por eso debemos acercarnos a su debilidad para que se torne en fortaleza; debemos verlos con ojos de misericordia como los mira Cristo; con comprensión, con un aprecio verdadero, aceptando el claroscuro que forman sus miserias y sus grandezas. “Servir a los demás por Cristo exige ser muy humanos… Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos” (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa). Nadie como María conoce el misterio de la misericordia divina y nos impulsa a ser como su Hijo, comprensivos y misericordiosos.