Meditación
Cisternas agrietadas por el pecado
I. El pueblo judío, después de su experiencia en el desierto, conocía bien la importancia del agua. Encontrar agua en medio del desierto era hallar un tesoro, y se guardaban los pozos más que las joyas, pues de ellos dependía la vida. La Sagrada Escritura habla de Dios como de la fuente de las aguas vivas; el justo es como un árbol plantado junto al borde de agua viva (Sal 1, 3), que produce frutos incluso en tiempos de sequía (Jr 17, 5-8). Las Sagradas Escrituras hablan con frecuencia del agua; el Profeta Jeremías nos habla del pecado de los hombres, de nuestros pecados: Porque dos maldades ha cometido mi pueblo: Me abandonaron a Mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes agrietados, que no pueden contener el agua (Jr 2, 12-13). Todo pecado es separación de Dios; se abandona por nada el agua viva que salta a la vida eterna. El pecado convierte al alma en verdadero pedregal en el que es imposible que crezca la gracia. El pecado es el abandono de la fuente de las aguas vivas para construir aljibes agrietados y significa la ruina del hombre.
II. El pecado es un vano intento de guardar agua en un aljibe roto, y además de la soledad que produce en el alma, tiene otras consecuencias. El pecado mortal priva al alma de la gracia santificante; se pierden todos los méritos adquiridos por las buenas obras realizadas y deja al alma incapacitada para adquirir otros nuevos; queda en cierto modo sujeta a la esclavitud el demonio; disminuye la inclinación natural a la virtud por lo que es más difícil realizar actos buenos: en ocasiones también tiene efectos sobre el cuerpo: falta de paz, malhumor, desidia, voluntad floja para el trabajo; se provoca un desorden en potencias y afectos; y produce un mal a toda la Iglesia. Todo pecado está íntima y misteriosamente relacionado con la Pasión de Cristo. Nuestros pecados estuvieron presentes y fueron la causa de tanto dolor; ahora, en cuanto está de nuestra parte, crucifican de nuevo al Hijo de Dios (Hb 6, 6).
III. Cada falta venial deliberada es un paso atrás en nuestro camino hacia Dios; es entorpecer la acción del Espíritu Santo en el alma. A nosotros que estamos sedientos de Dios, nos dice el mismo Jesús: Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba… Esta agua viva que promete el Señor no se puede guardar en vasijas rotas por el pecado mortal o agrietadas por los pecados veniales. Acudamos a la Confesión con contrición verdadera, a restaurar el alma. Le pedimos a nuestra Señora que nos conceda la gracia de aborrecer el pecado venial y un gran amor al sacramento de la Misericordia divina.