Meditación
Jesús presente en el Sagrario
I. A lo largo del Antiguo Testamento, Dios había revelado la intención de habitar perennemente entre los hombres. Llegada la plenitud de los tiempos el Verbo se hizo carne. El poder del Altísimo cubre con su sombra a Nuestra Señora (Lc 1, 35), y después de descender el Espíritu Santo sobre María, la Virgen queda constituida como el nuevo Tabernáculo de Dios: el Verbo de Dios habitó entre nosotros (Jn 1, 14). Desde entonces podemos decir con total exactitud que Dios vive entre nosotros. Cada día podemos estar junto a Él en una cercanía como jamás hombre alguno pudo soñar. ¡Qué cerca estamos del Señor! ¡Dios está con nosotros!
II. En el Sagrario está Cristo realmente presente, con su Cuerpo, con su Sangre, y con su Divinidad. Es literalmente adecuado decir: “Dios está aquí”, cerca de mí: creo, Señor, firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes… El Magisterio de la Iglesia, saliendo al paso a diversos errores, ha recordado y precisado el alcance de esta presencia eucarística: es una presencia real, es decir, ni simbólica ni meramente significada o insinuada por una imagen; verdadera, no ficticia, ni meramente mental o puesta por la fe o la buena voluntad de quien contempla las sagradas especies; y sustancial, porque, por el poder de Dios que tienen las palabras del sacerdote en el momento de la Consagración, se convierte toda la sustancia del pan en el Cuerpo del Señor, y toda la sustancia del vino en su Sangre. Así, el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús están sustancialmente presentes, y “el pan y el vino han dejado de existir después de la Consagración” (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios). Podemos decir que la presencia eucarística de Cristo es la prolongación sacramental de la Encarnación.
III. En el Siglo XIII, Santo Tomás compuso un himno eucarístico que, de una manera fiel y piadosa, contiene la fe de la Iglesia, el Adoro te devote: Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte. Junto al Sagrario aprendemos a amar; allí encontramos las fuerzas necesarias para ser fieles, el consuelo en los momentos de dolor. Él nos espera siempre y nos conforta con el calor de su comprensión y de su amor. ‘Venid a Mí, todos los que andáis fatigados y cargados, que Yo os aliviaré’ (Mt 11, 28). El Señor se alegra cuando estamos junto a Él. No dejemos de visitarlo.