Sábado 30 de julio

Meditación

Saber callar, saber hablar

I. Durante treinta años, Jesús llevó una vida de silencio; sólo María y José conocían el misterio del Hijo de Dios. Después realiza sus milagros sin ostentación y recomienda frecuentemente a los que han sido curados que no lo publiquen… El silencio de Jesús ante las voces de sus enemigos en la Pasión es conmovedor: Él permaneció en silencio y nada respondió (Mc 14, 61). “Los que se quejan continuamente de las contrariedades que padecen o de su mala suerte, quienes pregonan a los cuatro vientos sus problemas, los que no saben sufrir calladamente una injuria, quienes se sienten urgidos a dar continuamente explicaciones de lo que hacen y lo que dejan de hacer, los que necesitan exponer las razones y motivos de sus acciones, esperando con ansiedad la alabanza o la aprobación ajena…, deberían imitar a Cristo que calla” (Mt 27, 12-14). La figura de Cristo será un Modelo siempre presente ante tanta palabra vacía e inútil.

II. Pero Jesús no siempre calla. Porque existe un silencio que puede ser colaborador de la mentira, cómplice de cobardías, que nace del miedo a comprometerse, del amor a la comodidad: problemas que se dejan a un lado, situaciones que debieron ser resueltas en su momento porque hay cosas que el paso del tiempo no arregla, correcciones que nunca debieron dejar de hacerse. La Palabra de Jesús está llena de autoridad, y también de fuerza ante la injusticia y el atropello. San Juan Bautista era voz que clama en el desierto (Mt 14, 1-12), y nos enseña a decir lo que se deba ser dicho, aunque nos parezca alguna vez que es hablar en el desierto. Callar cuando debemos hablar es colaborar con el mal, porque “el que calla, otorga”. Hablar cuando debamos hacerlo: ante un vídeo indecente en el autobús en el que viajamos…, y desde la tribuna, si ése es nuestro lugar en la sociedad. O agradecer un artículo aparecido en el periódico, o manifestar nuestra disconformidad con una determinada línea editorial. Siempre con caridad y con la fortaleza con que actuó el Señor.

III. San Juan Bautista no era como una caña que se mece a cualquier viento. Fue coherente con su vocación y con sus principios hasta el final. Si hubiera callado, habría vivido algunos años más, pero sus discípulos no serían quienes primero siguieron a Jesús, no habría preparado el camino al Señor, no habría vivido su vocación y su vida no habría tenido sentido. Pidamos hoy a Nuestra Señora que Ella nos enseñe a callar en tantas ocasiones en que debemos hacerlo, y a hablar siempre que sea necesario.

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