Reflexión sobre el Evangelio
El episodio ilumina la vida cristiana. También la Iglesia, como la barca de los Apóstoles, se ve combatida. Jesús, que vela por ella, acude a salvarla, no sin antes haberla dejado luchar para fortalecer el temple de sus hijos. Y les anima: «Tened confianza, soy yo, no temáis» (14,27). Y vienen las pruebas de fe y de fidelidad: la lucha del cristiano por mantenerse firme, y el grito de súplica del que ve que sus propias fuerzas flaquean: «¡Señor, sálvame!» (14,30); palabras de Pedro que vuelve a repetir toda alma que acude a Jesús como a su verdadero Salvador. Después, el Señor nos salva. Y, al final, brota la confesión de fe, que entonces como ahora debe proclamar: «Verdaderamente eres Hijo de Dios» (14,33).