Viernes 2 de septiembre

Reflexión sobre el Evangelio

La acusación de los escribas y fariseos ofrece a Jesús la ocasión de exponer la condición de su persona y el alcance de su doctrina: la alegría que supone su presencia en el mundo hace que quede relegada para más tarde una práctica penitencial como el ayuno. Su doctrina exige una penitencia interior más profunda, una renovación, y quien la reciba de este modo comprobará que es como el vino añejo y no querrá volver a su vida anterior. Pero el Señor no abroga el ayuno, sino que le da un sentido más profundo: «El mérito de nuestros ayunos no consiste solamente en la abstinencia de los alimentos; de nada sirve quitar al cuerpo su nutrición si el alma no se aparta de la iniquidad y si la lengua no deja de hablar mal» (S. León Magno, Serm. 4 de Quadrag. 2).

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