Lunes 19 de septiembre

Meditación

La luz en el candelero

I. ‘Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para los que entren tengan luz’ (Lc 8, 16-18). Quien sigue a Cristo –quien enciende un candil– no sólo ha de trabajar por su propia santificación, sino también por la de los demás. ‘Vosotros sois la luz del mundo’ (Mt 5, 14) dice en otra ocasión el Señor a sus discípulos. La luz del discípulo es la misma del Maestro. Sin la luz de Cristo, el mundo se vuelve difícil y poco habitable. Los cristianos están para iluminar el ambiente en el que viven y trabajan. No se comprende a un discípulo de Cristo sin luz. El Concilio Vaticano II puso de relieve la obligación del apostolado, derecho y deber que nace del Bautismo y de la Confirmación (Concilio Vaticano II, Lumen gentium). Este apostolado debe ser continuo, como es continua la luz que ilumina la casa. Examinemos hoy si los que están cerca de nosotros reciben esa luz que señala el camino amable que conduce a Dios.

II. El trabajo, el prestigio profesional, es el candil en el que ha de lucir la luz de Cristo. La vida entera nos hace entender que sin la diligencia, la laboriosidad y la constancia de un buen trabajador, la vida cristiana queda reducida a deseos, quizá aparentemente piadosos, pero estériles, tanto en la santidad personal como en la influencia que hemos de ejercer a nuestro alrededor. Desde el comienzo de su vida pública conocen al Señor como el artesano, el Hijo de María (Mc 6, 3). Y a la hora de los milagros la multitud exclama: ¡Todo lo hizo bien! Lo grande y lo pequeño. Para tener prestigio profesional es necesario cuidar la formación continua de la propia actividad u oficio, y sin apenas darse cuenta el cristiano estará mostrando cómo la doctrina de Cristo se hace realidad en medio del mundo, en una vida corriente. Todos tienen derecho a nuestro buen ejemplo.

III. La doctrina de Cristo se ha difundido a impulsos de la gracia y no a fuerza de medios humanos. Pero la acción apostólica edificada sobre una vida sin virtudes humanas, sin valía profesional, sería hipocresía y ocasión de desprecio por parte de los que queremos acercar al Señor. San Pablo escribe a los primeros cristianos de Filipo y les exhorta a vivir como luceros en medio del mundo. Para llevar la luz de Cristo también hemos de practicar las normas de la convivencia, que deben ser fruto de la caridad y no solamente por costumbre o conveniencia. Todo esto es parte de la luz divina que hemos de llevar a los demás con nuestra vida.

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