Martes 18 de octubre

Meditación

San Lucas, Evangelista

I. Hemos de agradecer hoy a San Lucas que sea para nosotros un buen mensajero que anuncia la gran noticia, que trae la buena nueva, pues fue un fiel instrumento en manos del Espíritu Santo. Nos ha transmitido un precioso Evangelio y la historia de la primitiva Cristiandad en los Hechos de los apóstoles, movido por la gracia de la inspiración divina, pero a la vez con el esfuerzo humano del trabajo bien hecho, pues la ayuda de Dios no suplanta lo humano. También nosotros nos detenemos hoy a considerar la perfección humana con que debemos realizar nuestro trabajo, aunque nos parezca que quizá no tiene mucha trascendencia. Las obras bien hechas permanecen y resulta fácil ofrecerlas a Dios, que las acogerá como un don. El trabajo realizado con poco esfuerzo, sin interés, sin cuidar lo pequeño, no merece ser humano, y no permanecerá ni delante de Dios, ni de los hombres. Examinemos hoy cómo llevamos a cabo lo que tenemos entre manos, lo que debemos ofrecer cada día al Señor.

II. En el Evangelio de San Lucas encontramos la doctrina fundamental del Señor sobre la humildad, la sinceridad, la pobreza, la penitencia, la aceptación de la cruz cada día, la necesidad de ser agradecidos… El gran amor que tenemos a Nuestra Señora nos mueve hoy a dar gracias a este Santo Evangelista que supo presentar la grandeza y hermosura de su alma con una exquisita delicadeza. Por eso, se le dio desde muy antiguo el título de pintor de la Virgen, y de ahí se pasó más tarde a que se le atribuyera la autoría de algunas tallas y pinturas de Nuestra Señora. En cualquier caso, el Evangelio de San Lucas es fundamental para el conocimiento y la devoción a la Virgen, y ha servido de inspiración a una buena parte del arte cristiano. Ningún personaje de la historia evangélica –fuera, naturalmente, de Jesús– es descrito con tanto amor y admiración como Santa María. Nos enseña, inspirado por el Espíritu Santo, los dones y la fiel correspondencia de la Virgen Santísima: es la llena de gracia, el Señor está con ella; concibió por obra de Espíritu Santo, siendo Madre de Jesús sin dejar de ser Virgen; íntimamente unida al misterio redentor de la Cruz, será bendecida por todas las generaciones, pues el Todopoderoso hizo en Ella grandes cosas. 

III. Honremos la memoria de San Lucas contemplando la atrayente y alentadora figura del Salvador que nos pone delante. Y pidámosle, al leer y meditar los Hechos de los Apóstoles –el Evangelio del Espíritu Santo, como se le ha llamado–, la alegría y el espíritu apostólico de nuestros primeros hermanos en la fe que allí se refleja.

La obra de San Lucas, inspirada por Dios, nos enseña a mantener una relación directa con el Señor, nos anima a acudir frecuentemente a su misericordia, a tratarle como al Amigo fiel que dio su vida por nosotros. A la vez, nos permite meternos de lleno en el misterio de Jesús, especialmente hoy, cuando tantas y tan confusas ideas circulan sobre el tema más trascendental para la Humanidad desde hace veinte siglos: Jesucristo, Hijo de Dios, piedra angular, fundamento de todo hombre. Ninguna lectura tiene la virtud de acercarnos tanto a Dios como la que está escrita bajo la misma inspiración divina. Por eso en el Santo Evangelio debemos aprender la ciencia suprema de Jesucristo (Flp 3,8), como decía San Pablo a los Filipenses, «pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (San Jerónimo, Comentarios sobre el Profeta Isaías).

San Lucas, que tantas veces meditaría los hechos que relata, nos enseñará a amar, como lo hacían los primeros cristianos, el Santo Evangelio. En él encontraremos «el alimento del alma, la fuente límpida y perenne de la vida espiritual» (Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum).

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