Reflexión sobre el Evangelio
La fe ejemplar del oficial romano ha traspasado los tiempos. En el momento solemne en que el cristiano va a recibir al mismo Jesús en la Sagrada Eucaristía, la Liturgia de la Iglesia, para avivar la fe, pone en su boca y en su corazón precisamente las mismas palabras del centurión de Cafarnaúm: «Señor, yo no soy digno…». Según la mentalidad israelita de la época, el que un judío entrara en casa de un gentil llevaba consigo contraer la impureza legal. El centurión tiene la deferencia de no colocar a Jesús en una situación incómoda ante sus conciudadanos. Manifiesta su firme convencimiento de que la enfermedad está sometida a Jesús. De ahí que proponga dar una simple orden, una sola palabra, que producirá el efecto deseado, sin necesidad de entrar en su casa. El razonamiento del centurión es sencillo y convincente, tomado de su propia experiencia profesional. Jesús aprovecha este encuentro con un creyente gentil para hacer la solemne profecía del destino universal del Evangelio: a él serán llamados los hombres de todas las naciones, razas, edades y condiciones.