Meditación
La luz en las tinieblas
I. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Estas palabras del Salmo responsorial son una confesión de fe en el Señor, que es Luz de nuestra vida, y de seguridad, porque en Cristo encontramos las fuerzas necesarias para andar por nuestra senda cotidiana. La Humanidad caminó en tinieblas hasta que la luz brilló en la tierra cuando Jesús nació en Belén, y seguía brillando en Nazaret durante Su vida oculta para mostrarnos que la vida corriente puede y debe santificarse. Jesús trae el resplandor de la verdad al mundo, se acerca a nuestra oscuridad para darle sentido a nuestro vivir: al trabajo diario, al cansancio, a las penas y a las alegrías: es el gozo de la fe, que ilumina todos nuestros quehaceres; es la maravilla de Jesús que da sentido a todo lo nuestro.
II. Jesucristo, luz del mundo (Jn 8, 12), llamó en primer lugar a unos hombres sencillos de Galilea y les pidió una entrega sin condiciones. Le siguen hasta dar la vida por Él. El Señor nos llama ahora para que vayamos en pos de Él y para que iluminemos la vida de los hombres y sus actividades nobles con la luz de la fe: bien sabemos que el remedio a tantos males que aquejan a la humanidad es la fe en Jesucristo. La fe que debemos comunicar es luz en la inteligencia, una luz incomparable. Las palabras llegarán al corazón de nuestros amigos si antes ha llegado el ejemplo de nuestro actuar: puntualidad, aprovechamiento del tiempo, fortaleza para no perder la serenidad en medio de las dificultades; ayudas, muchas veces pequeñas a los que nos rodean; el ejercicio de las virtudes humanas propias del cristiano: optimismo, cordialidad, reciedumbre, lealtad. Para llevar la luz de la fe al ambiente en el que nos movemos, necesitamos una buena formación, el conocimiento del Magisterio de la Iglesia acerca de las cuestiones más actuales que a cada uno atañen según su profesión, aunque choquen con los usos corrientes entre los colegas, o simplemente con el egoísmo y el aburguesamiento del momento.
III. A todos nos llama el Señor para ser luz del mundo (Mt 5, 14), y esa luz no puede ser escondida: “somos lámparas que han sido encendidas con la luz de la verdad” (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan). En la Iglesia ha depositado el Señor el tesoro de su doctrina. A su Magisterio acudiremos para encontrar orientación y luz en muchos problemas que afectan a la salvación e incluso a la dignidad de la persona. Acudimos a la Virgen y le pedimos fortaleza y sencillez para vivir en medio del mundo sin ser mundanos, para ser luz de Cristo en nuestro ambiente.