Reflexión sobre el Evangelio
Jesús expresa así la profunda tristeza que le causaba el endurecimiento del corazón de los fariseos: éstos permanecen ciegos e incrédulos ante la luz que brillaba en su presencia y los prodigios que Cristo realiza. El hombre que rechaza los milagros que Dios le ha ofrecido ya, es inútil que exija nuevas señales: porque esa petición no procede de una búsqueda sincera de la verdad, sino de una malevolencia que en el fondo lo que pretende es tentar a Dios (cfr Lc 16,27-31). La exigencia de nuevos milagros para creer, sin aceptar los realizados en la Historia de la Salvación, es pedir cuentas a Dios, al que se le viene a citar ante tribunales humanos: el hombre se erige en juez, y el Señor es demandado para que se defienda. Esta actitud se repite, por desgracia, en la vida de muchas personas. A Dios sólo se le puede encontrar cuando tenemos una disposición abierta y humilde. «No necesito milagros: me sobra con los que hay en la Escritura. –En cambio, me hace falta tu cumplimiento del deber, tu correspondencia a la gracia» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 362).