Reflexión sobre el Evangelio
Jesús, nuestro Salvador, fue tentado porque Él así lo quiso; y lo quiso por amor a nosotros y para nuestra instrucción. Pero la perfección absoluta de Jesús no permitía sino lo que llamamos tentación externa. La doctrina cristiana nos enseña que existe un triple grado de tentación: 1) la sugestión, que es tentación externa y se puede sufrir sin pecado; 2) tentación con delectación más o menos prolongada, aunque sin consentimiento claro (ésta ya es interna y en ella hay algo de pecado); y 3) tentación consentida (ésta siempre es pecado; y, por afectar a lo profundo del alma, es ciertamente interna). Jesús quiso enseñarnos, al permitir ser tentado, cómo hemos de luchar y vencer en nuestras tentaciones: con la confianza en Dios y la oración, con la gracia divina y con la fortaleza.