Reflexión sobre el Evangelio
Jesús no huye precipitadamente, sino que se va retirando entre la agitada turba con una majestuosidad que les dejó paralizados. Como en otras ocasiones, los hombres no pueden nada contra Jesús: el decreto divino era que el Señor muriera crucificado (cfr. Jn 18,32) cuando llegara su hora.