Reflexión sobre el evangelio
Las palabras del Señor constituyen un horizonte sin límites para el adelantamiento de cualquier alma cristiana, que se deja dócilmente conducir por la gracia divina y los dones del Espíritu Santo, infundidos en el Bautismo y corroborados por los Sacramento; junto con la apertura del alma a Dios, el cristiano debe asimismo apartar las apetencias egoístas y las inclinaciones de la soberbia, para poder ir entendiendo lo que Dios le enseña en su interior. «Por eso se ha de desnudar el alma (…) de su entender, gustar y sentir, para que echado todo lo que es disímil y disconforme a Dios, venga a recibir semejanza de Dios (…); y así se transforma en Dios» (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, lib. 2, cap. 5).