Reflexión sobre el evangelio
En los primeros tiempos de la expansión de la Iglesia, estos hechos milagrosos que anuncia Jesús se cumplieron de modo frecuente y visible. Los testimonios históricos de estos sucesos son abundantísimos en el Nuevo Testamento (cfr, p. ej., Hch 3,1-11; 28,3-6) y en otros escritos cristianos antiguos. Era muy conveniente que así sucediera para mostrar al mundo de una manera palpable la verdad del cristianismo. Más tarde, se han seguido realizando milagros de este tipo, pero en menor número, como casos más bien excepcionales. También es conveniente que así sea porque, de un lado, la verdad del cristianismo está ya suficientemente atestiguada; y de otro, para dar lugar al mérito de la fe. «Los milagros –comenta San Jerónimo– fueron precisos al principio para confirmar con ellos la fe. Pero, una vez que la fe de la Iglesia está confirmada, los milagros no son necesarios» (Commentariumin Evangelium secundum Marcum, in loc.). De todos modos, Dios sigue obrando milagros a través de los santos de todos los tiempos, también de los actuales.