Jueves 4 de mayo

Meditación

San Felipe y Santiago, Apóstoles

I. Entre aquellos galileos que tuvieron la inmensa dicha de ser elegidos por Jesús para formar parte de sus más íntimos se encuentran Felipe, hijo de Alfeo, y Santiago el Menor. Felipe era natural de Betsaida, la patria de Pedro y de Andrés (Jn 1, 44); muy probablemente era ya amigo de estos dos hermanos. Un día, en la ribera del Jordán, Felipe encontró a Jesús que se encaminaba hacia Galilea cuando le dijo: Sígueme (Jn 1, 43). Felipe le siguió enseguida. Y pronto dio a conocer a Cristo, que acaba de convertirse en el centro de su vida, a sus amigos. Luego, ante la incredulidad que encontrará en Natanael, Felipe le da el mayor argumento: Ven y verás. Y fue hasta Cristo y se quedó con Él para siempre. Jesús nunca defrauda. El apostolado consistirá siempre en poner delante del Señor a nuestros parientes, amigos y conocidos, despejar el camino, quitar los obstáculos para que vean a Jesús, que nos llamó a nosotros y que sabe penetrar en el alma de quienes se le acercan, como ocurrió con Natanael, quien llegaría a ser también uno de los Doce, a pesar de la aparente incredulidad primera y de la falta de disposiciones para aceptar el mensaje de su amigo.

II. En el Evangelio de la Misa (Jn 14, 6-14) leemos cómo Jesús enseña a sus discípulos, durante la Ultima Cena, que en el Cielo tiene un lugar preparado para ellos, para que estén por toda la eternidad con Él y que ya conocen el camino… Luego, ante la intervención de Felipe, Jesús, con un reproche cariñoso, le contesta: “Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre?” ¡Cuántas veces, quizá, tendría que hacernos Jesús el mismo reproche que a Felipe! ¡Tantas veces como he estado junto a ti y no te has dado cuenta! Y nos podría enumerar el Señor una ocasión y otra, circunstancias difíciles en las que quizá nos encontramos solos y no estuvimos serenos porque nos faltó el sentido de nuestra filiación divina, la cercanía de Dios. ¡Cuánto bien nos hace hoy la respuesta de Jesús a este Apóstol!, porque en él estamos representados también nosotros.

III. Leemos en la Primera lectura de la Misa de estos dos Apóstoles la predicación de San Pablo a los primeros cristianos de Corinto. Pablo recibió de los Apóstoles un mensaje divino que a su vez él transmite. Fue herencia también de Felipe y de Santiago, que dieron su vida en testimonio de esta verdad. Ellos, como el Apóstol de las gentes, saben bien cuál debe ser el núcleo de su predicación: Jesucristo, Camino hacia el Padre. Éste es nuestro apostolado: proclamar a todos los vientos y de todas las formas posibles la misma doctrina que predicaban los Apóstoles: que Cristo vive y que sólo Él puede calmar las ansias de la inteligencia y del corazón humano, que sólo junto a Cristo se puede ser feliz, que Él revela al Padre… Los Apóstoles, como nosotros, encontraron dificultades y obstáculos en la extensión del reino de Cristo; y si hubieran esperado ocasiones oportunas, no nos habría llegado probablemente ese mensaje que da sentido a nuestra existencia. Cuando mayores sean la necesidad en el apostolado y las dificultades personales, mayor ayuda nos prestará Jesús. No dejemos de acudir a Él. La Virgen, nuestra Madre, por su poderosa intercesión ante Dios, nos facilita siempre el camino.

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