Sábado 20 de mayo

Meditación

El Don de ciencia

I. ‘Los cielos pregonan la gloria de Dios y le anuncia el firmamento, que es la obra de sus manos’ (Sal 19, 1-2). Sin embargo, en muchas ocasiones, a causa del pecado original y de los pecados personales, los hombres no saben interpretar esa huella de Dios en el mundo, no alcanzan a conocer al que es la fuente de todos los bienes. El don de ciencia facilita al hombre comprender las cosas creadas como señales que llevan a Dios, y lo que significa la elevación al orden sobrenatural. El Espíritu Santo, a través del mundo de la naturaleza y del de la gracia, nos hace percibir y contemplar la infinita sabiduría, la omnipotencia, la bondad, la naturaleza íntima de Dios.

II. Mediante el don de ciencia, el cristiano dócil al Espíritu Santo sabe discernir con perfecta claridad lo que le lleva a Dios y lo que le separa de Él. Y esto en las artes, en el ambiente, en las modas, en las ideologías… Verdaderamente puede decir: ‘El Señor conduce al justo por caminos rectos y le comunica la ciencia de los santos’ (Sb 10, 10). También nos advierte cuando las cosas buenas y rectas en sí mismas pueden convertirse en mal para el hombre porque le separan de su fin sobrenatural: un deseo desordenado de posesión, por apegamiento del corazón a los bienes materiales de tal manera que no lo dejan libre para Dios, etcétera. Amamos las cosas de la tierra, pero las valoramos según su justo valor, el que tienen para Dios. Así daremos capital importancia a ser templos del Espíritu Santo, porque “si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente” (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa).

III. A la luz del don de ciencia, todo lo de este mundo –al que amamos y en el que debemos santificarnos– aparece con el sello de la caducidad, mientras se señala con toda nitidez el fin sobrenatural del hombre, al que debemos subordinar todas las realidades terrenas, cuando sin él, queda obscurecido, e incluso cegado, por lo que San Juan llama la concupiscencia de los ojos (1 Jn 2, 16). Para obtener este don necesitamos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a ser más humildes, y acudimos a la Virgen, Nuestra Señora. Ella es ‘Madre del amor hermoso, y del temor, y de la ciencia, y de la santa esperanza’ (Si 24, 24).

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