Reflexión sobre el Evangelio
«Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique»: La palabra «gloria» designa aquí el esplendor, el poder y el honor propios de Dios. El Hijo es Dios igual al Padre, y desde su Encarnación y nacimiento, principalmente en su Muerte y Resurrección, ha manifestado su divinidad: «Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» (Jn 1,14). La glorificación de Jesucristo abarca un triple aspecto; primero, sirve para gloria del Padre, porque Cristo, obedeciendo el decreto redentor de Dios, da a conocer al Padre y lleva a término así la obra salvífica divina. Segundo, Cristo es glorificado porque su Divinidad, que ha estado velada voluntariamente, por fin va a manifestarse a través de su Humanidad que, después de la Resurrección, se mostrará revestida del mismo poder divino sobre toda creatura. Tercero, Cristo con su glorificación, ofrece al hombre la posibilidad de alcanzar la vida eterna, conocer a Dios Padre y a Jesucristo, su Hijo Unigénito; lo cual redunda en glorificación del Padre y de Jesucristo, al mismo tiempo que implica la participación del hombre en la gloria divina.