Reflexión sobre el Evangelio
Está claro que el Señor considera que la pobreza y el desprendimiento de los bienes materiales ha de ser una de las principales características del apóstol (vv. 3-4). No obstante, consciente de las necesidades materiales de sus discípulos, deja sentado el principio de que el ministerio apostólico merece su retribución. Por eso el Concilio Vaticano II recuerda la obligación que todos tenemos de contribuir al sostenimiento de los que generosamente se entregan al servicio de la Iglesia: «Los presbíteros, consagrados al servicio divino en el cumplimiento del cargo que se les ha encomendado, merecen recibir una justa remuneración, pues el que trabaja es merecedor de su salario (Lc 10,7), y el Señor ordenó a los que anuncian el Evangelio que vivan el Evangelio (1 Cor, 9,14). Por ello, en la medida en que no se hubiera provisto por otra parte a la justa retribución de los presbíteros, los fieles mismos, como quiera que los presbíteros trabajan por su bien, tienen verdadera obligación de procurar que se les proporcione los medios necesarios para llevar una vida honesta y digna» (Presbyterorum ordinis, n. 20).
Meditación
La mies es mucha
I. Jesús designó de entre los discípulos que lo seguían con plena disponibilidad, setenta y dos de ellos para que fueran delante de Él, preparando las almas para Su llegada. Y les dijo: La mies es mucha y los obreros pocos (Lc 10, 1-12). Hoy también el campo apostólico es inmenso: países de tradición cristiana que es necesario evangelizar de nuevo, naciones que han sufrido durante tantos años la persecución a causa de la fe, nuevos pueblos sedientos de doctrina, en nuestro alrededor, en el trabajo, en la Universidad, en los medios de comunicación. Algunos países padecen el indiferentismo, el secularismo o el ateísmo, en donde el bienestar económico y el consumismo entremezclados de pobreza y miseria lacerantes, viven “como si no hubiera Dios”. La fe tiende a ser arrancada de cuajo inclusive en los momentos más significativos de la existencia, como nacer, sufrir y morir. Ahora es tiempo de esparcir la semilla divina y también de cosechar. La mies es mucha, los obreros pocos. Tú, ¿al menos rezas diariamente por esta intención?
II. El Señor quiere servirse ahora de nosotros como hizo con sus discípulos. Antes de enviarlos al mundo entero, les hizo vivir como amigos en su intimidad, les dio a conocer al Padre, les reveló su amor y sobre todo, se los comunicó. Con esta caridad hemos de ir a todos los lugares, pues el apostolado consiste sobre todo en “manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos” (Concilio Vaticano II, Ad gentes), esa caridad con la que nos ama el Señor y con la que quiere que amemos a todos. Los demás deberán vernos dispuestos siempre a servir, sin rencores, sin hablar nunca mal de nadie, piadosos, alegres y laboriosos. Cuando nadie quede excluido de nuestro trato y de nuestra ayuda, estaremos dando testimonio de Cristo.
III. Junto a la caridad, nuestra alegría es aquella que el Señor nos prometió en la Última Cena (Jn 16, 22), la que nace del olvido de nuestros problemas y de la intimidad con Dios. La alegría es esencial en el apóstol porque es el portador de la Buena Nueva, el mensajero gozoso de Aquel que trajo la salvación al mundo. La alegría del cristiano tiene su fundamento en su filiación divina, en saberse hijo de Dios en cualquier circunstancia. Junto a la caridad y la alegría, hemos de saber expresar la posesión de la única verdad que puede salvar a los hombres y hacerlos felices. Pidamos a la Reina de los Apóstoles que nos ayude a ser un obrero eficaz en la mies del Señor.