Reflexión sobre el Evangelio
«Hijos de Dios, ‘Amigos de Dios’(…). Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre: nuestro Hermano, nuestro Amigo; si procuramos tratarle con intimidad, ‘participaremos en la dicha de la divina amistad’ (n. 300); si hacemos lo posible por acompañarle desde Belén hasta el Calvario, compartiendo sus gozos y sufrimientos, nos haremos dignos de su conversación amistosa: ‘calicem Domini biberunt’–canta la Liturgia de las Horas– ‘et amici Dei facti sunt’, bebieron el cáliz del Señor y llegaron a ser amigos de Dios (Responsorio de la segunda lectura, del oficio en la Dedicación de las Basílicas de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo).
» Filiación y amistad son dos realidades inseparables para los que aman a Dios. A Él acudimos como hijos, en un confiado diálogo que ha de llenar toda nuestra vida; y como amigos (…). Del mismo modo, la filiación divina empuja a que la abundancia de vida interior se traduzca en hechos de apostolado, como la amistad con Dios lleva a ponerse ‘al servicio de todos: utilizar esos dones de Dios como instrumentos para ayudar a descubrir a Cristo’ (n. 258)» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, Presentación de A. del Portillo, pp. 25-26).