Domingo 5 de junio

Meditación

La venida del Espíritu Santo

I. ‘El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Aleluya’ (Antífona de entrada. Misa de la vigilia, Romanos 5, 5; 8, 11). Pentecostés era una de las tres grandes fiestas judías. En la antigüedad, se daban gracias a Dios por la cosecha del año a punto de ser recogida, y más tarde se sumó en ese día, el recuerdo de la promulgación de la Ley dada por Dios en el monte Sinaí. Se celebraba, como ahora, cincuenta días después de la Pascua. En la Nueva Alianza se convirtió, por designio divino, en una fiesta de gran alegría: la venida del Espíritu Santo con todos sus dones y frutos. El Espíritu Santo se manifiesta en aquellos elementos que solían acompañar la presencia de Dios en el Antiguo Testamento: el viento y el fuego. Éste aparece como el amor que lo penetra todo, y como elemento purificador. También produce luz, y significa la claridad nueva con que el Espíritu Santo hace entender la doctrina de Jesucristo.

II. El Paráclito santifica continuamente, y también santifica a cada alma, a través de innumerables inspiraciones. Su actuación en el alma es ‘suave y apacible; viene a salvar, a curar, a iluminar’ (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis sobre el Espíritu Santo). Todos los cristianos tenemos desde entonces, la misión de anunciar, de cantar las maravillas que Dios ha hecho en su Hijo y en todos aquellos que creen en Él. Nuestra santificación y nuestra eficacia apostólica dependen de la correspondencia a las mociones del Espíritu Santo y hemos de pedirle que ‘lave lo que está manchado, riegue lo que es árido, cure lo que está enfermo, encienda lo que es tibio, enderece lo torcido’ (Misal Romano, Secuencia de la Misa de Pentecostés).

III. Para ser más fieles a las constantes mociones del Espíritu Santo en nuestra alma “podemos fijarnos tres realidades fundamentales: docilidad (…), vida de oración, unión con la Cruz”. Docilidad ‘porque el Espíritu Santo es quien con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras’ (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 135). Vida de oración ‘porque la entrega, la obediencia, la mansedumbre del cristiano nacen del amor y al amor se encaminan. Y el amor lleva al trato, a la conversación, a la amistad. La vida cristiana requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo’ (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 136). Unión con la Cruz porque ‘en la vida de Cristo el Calvario precedió a la Resurrección y a la Pentecostés (…). El Espíritu Santo es fruto de la Cruz, de la entrega total a Dios, de buscar exclusivamente su gloria y de renunciar por entero a nosotros mismos’ (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 137). Para tratar al Espíritu Santo nada tan eficaz como acercarnos a Santa María.

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