Reflexión sobre el Evangelio
«Quien mire con malos deseos a una mujer»: Se refiere a la mirada pecaminosa dirigida a toda mujer, casada o no. Nuestro Señor lleva a su plenitud el precepto de la Antigua Ley. En éste sólo se consideraba pecado el adulterio y el deseo de la mujer del prójimo. El deseo: una cosa es sentir y otra consentir. El consentimiento supone la advertencia de la maldad de esos actos (miradas, imaginaciones, deseos impuros), y la voluntariedad que libremente los admite. La prohibición de los vicios implica siempre un aspecto positivo, que es la virtud contraria. La santa pureza es, como toda virtud, eminentemente positiva; nace del primer mandamiento y a él se ordena: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt 22,37). «La pureza es consecuencia del amor con el que hemos entregado al Señor el alma y el cuerpo, las potencias y los sentidos. No es negación, es afirmación gozosa» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 5). Esta virtud exige poner todos los medios y, si es necesario, heroicamente.