Viernes 10 de junio

Meditación

Pureza de corazón

I. El corazón es el símbolo de lo más íntimo del hombre; en él se origina todo lo bueno que luego se hace realidad en la conducta externa de la persona. La pureza del corazón agranda su capacidad de amar, mientras el aburguesamiento, el egoísmo, la ceguera espiritual son consecuencia de una interioridad manchada. ‘Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón’ (Mt 5, 27-32). El Señor nos señala en el Evangelio de hoy la esencia del Noveno Mandamiento, que prohíbe los actos internos (pensamientos, deseos, imaginaciones) contra la virtud de la castidad, lo mismo que todo afecto desordenado, aunque aparezca limpio y desinteresado, si no está de acuerdo a la voluntad de Dios en las circunstancias de cada uno. Es necesario evitar los motivos de tentaciones internas contra la castidad por falta de prudencia para guardar los sentidos, mortificando la imaginación, abstenerse de buscar compensaciones afectivas o de vanidad, y de revolver recuerdos. El Espíritu Santo da más y más gracias cuando el alma está firmemente decidida a mantenerse limpia con la ayuda de la gracia.

II. El Señor nos pide que guardemos el corazón, defendiéndolo de aquello que pueda incapacitarlo para amar y que seamos consecuentes en todo momento con la propia vocación y estado (J. L. Soria, Amar y vivir la castidad). Los casados deben guardarlo para la persona con quien se casaron, en los comienzos y cuando pasen los años, y recordar siempre que el secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano y no en los ensueños (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer). A los que el Señor pidió su corazón por entero, sin compartirlo con otra criatura, recordar siempre que Él los quiere como hostia viva y grata a Dios (San Jerónimo, Epístola), sin compensaciones, hilillos o cadenas, con generosidad y fortaleza.

III. La guarda del corazón comienza en muchas ocasiones por la guarda de la vista. Además, es aconsejable mantener una prudente distancia con las personas con las que Dios no quiere que se quede el corazón apegado. Cuidar que la afectividad no se desborde, sino ordenarla y encauzarla según el querer de Dios. Vigilar la memoria, la imaginación, la ensoñación. Estos peligros se agudizan en momentos de cansancio, de aridez interior o como compensación a los pequeños fracasos de la vida normal. El corazón también puede atarse a personajes sacados de una película, de una novela o de la vida real con la que no se tiene trato alguno, y así, no puede subir hasta el Señor. Examinemos hoy quién es el personaje central de nuestro mundo interior. Pidamos a la Virgen que Jesús sea el centro real de nuestro vivir y le decimos: ¡Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía!

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