Domingo 14 de agosto

Meditación

El fuego del amor divino

I. El fuego aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura como símbolo del Amor de Dios, que purifica a los hombres de todas sus impurezas (J. Dhelly, Diccionario Bíblico). El amor, como el fuego, nunca dice basta (Pr 30, 16), tiene la fuerza de las llamas y se enciende en el trato con Dios. Jesús nos dice en el Evangelio de hoy: Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda? (Lc 12, 49). En Cristo alcanza su expresión máxima el amor divino: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito. El Señor quiere que su amor prenda en nuestro corazón y provoque un incendio que lo invada todo. Él nos ama a cada uno con amor personal e individual, como si fuera el único objeto de su caridad. En ningún momento ha cesado de amarnos, de ayudarnos, de protegernos, de comunicarse con nosotros; ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud de nuestra parte. Este misterio de amor se realizó de una manera absolutamente particular en su Madre, Santa María, y Ella nos enseña a creer en el amor sin límites de Dios.

II. El amor pide más amor, y éste se demuestra en las obras, en el empeño diario por tratar a Dios y por identificar nuestra voluntad con la suya. Muchas veces hemos de decir sí al Amor: al negarnos a nosotros mismos para servir a quienes conviven con nosotros; en la mortificación pequeña, que nos ayuda a guardar la templanza; en la puntualidad a la hora de comenzar nuestros deberes; en el orden en que dejamos las cosas; en el esfuerzo que frecuentemente supone hacer un rato de oración, diciéndole al Señor muchas veces que le amamos; en la aceptación alegre de la voluntad de Dios. El amor también se expresa en el dolor de los pecados, en la contrición, pues tantas veces –casi sin darnos cuenta– decimos no al amor. Son muchas las mociones del Espíritu Santo para corresponder a ese Amor infinito con que Jesús nos ama

III. Los cristianos hemos de ser fuego que encienda, como Jesús encendió a sus discípulos. Nadie que nos haya conocido deberá quedar indiferente; nuestro amor debe ser lumbre viva que convierte en puntos de ignición, otras fuentes de amor y de apostolado, a quienes tratamos. El amor verdadero a Dios se manifiesta enseguida en apostolado, en deseos de que otros conozcan y amen a Cristo: fuego que se robustece en el trato íntimo con Cristo. Le decimos a Jesús que cuente con nosotros: ‘ecce ego quia vocasti me’, aquí estoy porque me has llamado. La Virgen nos ayudará a ser audaces en el apostolado.

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