Meditación
San Mateo, Apóstol y evangelista
I. Mateo, como publicano, estaba al servicio de Herodes y, sin ser funcionario, era arrendatario de los impuestos. Al pasar Jesús, le invitó a que le siguiera. Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió (Mt 9, 9). Se trata de una respuesta rápida y generosa. Mateo, que debía conocer al Maestro de otras ocasiones, esperó este gran momento, y a la primera insinuación no dudó en dejarlo todo para seguir a Jesús. Sólo Dios sabe lo que vio aquel día en Mateo, y sólo el Apóstol sabrá lo que contempló en Jesús para dejar inmediatamente la mesa de las recaudaciones y seguirle. «Y al mostrar una decisión pronta y desprenderse así de golpe de todas las cosas de la vida, atestiguaba muy bien, por su perfecta obediencia, que le había llamado el Señor en el momento oportuno» (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo). Sabemos bien que Jesucristo pasa cerca de nuestra vida, nos mira y se dirige a nosotros de manera singular. Nos invita a seguirle más de cerca, y a la vez nos deja en la mayoría de los casos metidos en la entraña de la sociedad, del trabajo, de la familia… Él nos ha elegido desde antes de la creación del mundo.
II. San Mateo se convirtió en un testigo excepcional de la vida y de los hechos del Maestro. Un poco más tarde sería elegido uno de os Doce para seguir al Señor en todos sus pasos: escuchó sus palabras y contempló sus milagros, estuvo entre los íntimos que celebraron la Ultima Cena y asistió a la institución de la Eucaristía, oyó el testamento del Señor en el Mandamiento del amor y acompañó a Cristo al Huerto de los Olivos, donde empezaría, con los otros discípulos, un calvario de angustia, especialmente por haber abandonado también a Jesús. Después, muy poco después, saboreó la alegría de la Resurrección y, antes de la Ascensión, recibió el mandato de llevar la Buena Nueva hasta los confines de la tierra. Más tarde, también con los discípulos y la Santísima Virgen, recibió el fuego del Espíritu Santo, en Pentecostés. Al escribir su Evangelio recordaría tantos momentos gratos junto al Maestro. Comprendió que su vida cerca de Cristo había valido la pena. ¡Qué diferencia si se hubiera quedado aquella mañana amarrado al telonio de los impuestos y no hubiera sabido seguir a Jesús que pasaba! Nuestra vida, ¡bien lo sabemos!, sólo vale la pena si la vivimos junto a Cristo, en una correspondencia cada día más fiel, si ante cada llamamiento que nos hace Jesús para vivir más cerca de Él respondemos con prontitud y alegría.
III. Al banquete que dio Mateo asistieron sus amigos y muchos conocidos. Algunos eran publicanos. Los fariseos y los escribas murmuraban entre sí, y decían a los discípulos de Jesús: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? (Lc 5, 30). San Jerónimo, en una nota al margen del texto y en tono jocoso, anota que aquello debió ser un festín de pecadores. El Maestro asistió al banquete en casa del nuevo discípulo. Y lo haría de buen grado, con gusto, aprovechando aquella oportunidad para ganarse la simpatía de los amigos de Mateo. Jesús, a quien le llegaron los comentarios malintencionados de los fariseos, les respondió con una enseñanza llena de sabiduría y de sencillez: No tienen necesidad los sanos, sino los enfermos (Mt 9, 12). Muchos de los asistentes al banquete se sintieron acogidos por el Señor, y pasado un tiempo se bautizarían y serían cristianos fieles. A nosotros nos enseña el Señor con su ejemplo a estar abiertos a todos para ganarlos a todos. Nadie nos debe ser indiferente; cuanto mayor sea la necesidad, mayor ha de ser nuestro empeño apostólico, mayores los medios humanos y sobrenaturales que hemos de emplear. Examinemos hoy en nuestra oración si tenemos un trato acogedor con todos; también con aquellos que parecen estar más lejos de nuestras ideas y de nuestro modo cristiano de pensar y de ver la vida. Agradezcamos hoy al Apóstol el Evangelio que nos legó, leámoslo con piedad para conocer cada vez mejor a Jesús y aprender a amarle con toda nuestra alma.