Meditación
Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia
I. Santa Teresa nos ha dejado constancia de cómo con la oración salen adelante los «imposibles», aquello que humanamente parecía insuperable, y que el Señor a veces nos pide.
Más de una vez a lo largo de su vida escuchó estas palabras del Señor: ¿Qué temes? Y aquella mujer mayor, enferma, cansada recibía ánimos para sus empresas y volvía a la brecha superando todos los obstáculos. Las almas que han estado cerca de Dios siempre nos han hablado de la importancia capital de la oración en la vida cristiana. «No nos extrañe, pues –enseñaba el Santo Cura de Ars –, que el demonio haga todo lo posible para movernos a dejar la oración o a practicarla mal» (Santo Cura de Ars, Sermón sobre la oración). Hagamos el propósito de no dejarla nunca, de dedicarle el mejor tiempo que nos sea posible, en el mejor lugar, delante del Sagrario cuando nuestros quehaceres lo permitan.
II. Nuestra oración se hará más fácil si, junto al decidido empeño de no consentir distracciones voluntarias en ella, procuramos tratar a la Humanidad Santísima de Jesús, fuente inagotable de amor, que facilita tanto el cumplimiento de la voluntad divina. En la oración mental vamos a encontrarnos con Cristo vivo, que nos espera. Muchas dificultades desaparecen cuando nos ponemos en su presencia, cuidando muy bien la oración preparatoria que acostumbremos a hacer: Creo, Señor, firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, te adoro con profunda reverencia… Y si estamos en su presencia, como aquellos que le escuchaban en Nazaret o en Betania, ya estamos haciendo oración. Le miramos, nos mira…; le formulamos una petición…; hacemos nuestro lo que quizá estamos leyendo, deteniéndonos en un párrafo, o sacando un propósito para nuestra vida ordinaria: atender mejor a la familia, sonreír aunque estemos cansados o con dificultades, trabajar con más intensidad y presencia de Dios, hablar con un amigo para que se confiese… Nos ocurrirá como a Santa Teresa, y como a todos aquellos que han hecho oración verdadera: «Siempre salía consolada de la oración y con nuevas fuerzas» (Santa Teresa, Vida), nos confiesa.
III. No nos desanimemos si, a pesar de todo, nos cuesta la oración, si tenemos distracciones, si nos parece que no obtenemos mucho fruto. El desaliento es en muchas ocasiones la mayor dificultad para perseverar en la oración. Santa Teresa también nos relata sus luchas y sus dificultades: «Muy muchas veces, algunos años, tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía por mí de estar y escuchar cuando daba el reloj, que no en otras cosas buenas; y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no la acometiera de mejor gana que recogerme a tener oración» (Santa Teresa, Vida). Si procuramos rechazar las distracciones y nos empeñamos en buscar más al Señor de los consuelos, como han señalado tantos autores espirituales, nuestra oración terminará siempre llena de frutos. En muchas ocasiones será un gran bien incluso carecer de consuelos sensibles, para así buscar con más rectitud de intención a Jesús y unirnos más íntimamente a Él. Ahora, como en los tiempos revueltos de Santa Teresa, es «menester mucha oración», pues «su necesidad es grande» (Cfr. Santa Teresa, Carta 184, 6). La necesita la Iglesia, la sociedad, las familias… y nuestra alma. La oración nos permitirá salir adelante en todas las dificultades y nos unirá a Jesús, que cada día nos espera en el trabajo, en nuestros deberes familiares…, pero de una manera particular en ese tiempo que le dedicamos sólo a Él.