Meditación
El Cordero de Dios
I. Juan el Bautista prepara a los hombres para la venida de Cristo. Y cuando ve a Jesús que venía hacia él, Dice: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29). Los oyentes conocían el significado del cordero pascual, cuya sangre había sido derramada la noche en que los judíos fueron liberados de la esclavitud en Egipto, y cada año se sacrificaba en el Templo el cordero pascual: todo ello era promesa y figura del verdadero Cordero, Cristo, Víctima en el sacrificio del Calvario a favor de toda la humanidad. El pecado del mundo del que habla San Juan es todo género de pecados: el de origen, que en Adán alcanzó también a sus descendientes, y los pecados personales de los hombres de todos los tiempos. En Él está nuestra esperanza de salvación. Él mismo es una fuente llamada a la esperanza, porque Cristo ha venido para perdonar y curar las heridas del pecado. Agradezcamos al Señor las muchas veces que nos ha perdonado en esa fuente de la misericordia divina que es la Confesión.
II. Comenta Fray Luis de León que “Cordero, refiriéndolo a Cristo, dice tres cosas: Mansedumbre de condición, pureza e inocencia de vida, y satisfacción de sacrificio y ofrenda” (Los nombres de Cristo). Él lavó nuestros pecados con su sangre (Ap 1, 5). En el Evangelio contemplamos sus encuentros misericordiosos con los pecadores. Nosotros no podemos perder la esperanza de alcanzar el perdón, cuando es Cristo quien perdona. Y esto nos llena de paz y alegría. En la Confesión, además del perdón, alcanzamos las gracias necesarias para luchar y vencer en esos defectos quizás arraigados y que son la causa de desaliento. Hoy es un buen día para examinar cómo vivimos nuestro examen de conciencia, el dolor de los pecados y el propósito firme de la enmienda para alcanzar las gracias que el Señor nos tiene preparadas en este sacramento. Señor, ¡enséñame a arrepentirme, indícame el camino del amor!
III. La Confesión frecuente de nuestros pecados está muy relacionada con la santidad, con el amor a Dios, pues allí el Señor nos afina y enseña a ser humildes. La tibieza, por el contrario, crece donde aparecen la dejadez, el abandono, las negligencias y los pecados veniales sin arrepentimiento sincero. En la Confesión contrita dejamos el alma clara y limpia. Cristo, Cordero inmaculado, ha venido a limpiarnos de nuestros pecados, no sólo de los graves, sino también de las impurezas y faltas de amor de la vida corriente. Acudamos al sacramento de la Penitencia con la frecuencia que el Señor nos pide.