Reflexión sobre el Evangelio
La palabra «hermanos» era en arameo, la lengua hablada por Jesús, una expresión genérica para indicar un parentesco: hermanos se llamaban también los sobrinos, los primos hermanos y los parientes en general. «Jesús no dijo estas palabras para renegar de su madre, sino para mostrar que no solamente es digna de honor por haber engendrado a Cristo, sino también por el cortejo de todas las virtudes» (Teofilacto, Enarratio in Evengelium Marci, in loc.).
Por eso, la Iglesia nos recuerda que la Santísima Virgen «acogió las palabras con las que el Hijo, exaltando el Reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente» (Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 58).
El Señor, pues, enseña también que seguirle nos lleva a compartir su vida hasta tal punto de intimidad que constituye un vínculo más fuerte que el familiar. Santo Tomás lo explica diciendo que Cristo «tenía una generación eterna y otra temporal, y antepone la eterna a la temporal. Aquellos que hacen la voluntad de mi Padre le alcanzan según la generación celestial (…). Todo fiel que hace la voluntad del Padre, esto es, que sencillamente le obedece, es hermano de Cristo, porque es semejante a Aquel que cumplió la voluntad del Padre. Pero, quien no sólo obedece, sino que convierte a otros, engendra a Cristo en ellos, y de esta manera llega a ser como la Madre de Cristo» (Comentario sobre S. Mateo, 12,49-50).