Lunes 20 de marzo

Meditación

Solemnidad de san José

I. Éste es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia (Antífona de entrada. Lc 12, 42). Esta familia de la que se habla en la Antífona de entrada de la Misa es la Sagrada Familia de Nazaret, el tesoro de Dios en la tierra, que encomendó a San José, «el servidor fiel y prudente», que entregó su vida con alegría y sin medida para sacarla adelante. «Con la Encarnación las ‘promesas’ y las ‘figuras’ del Antiguo Testamento se hacen ‘realidad’: lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y recibidas por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel (…) que tiene el encargo de proveer a la inserción ‘ordenada’ del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto ‘privada’ como ‘escondida’ de Jesús ha sido confiada a su custodia» (Juan Pablo II, Exhort. apost. Redemptoris custos, 8). Fue José un hombre sencillo que Dios cubrió de gracias y de dones para que cumpliera una misión singular y entrañable en los planes salvíficos. Vivió entre gozos inenarrables, al tener junto a él a Jesús y a María, y también entre incertidumbres y sufrimientos: perplejidad ante el misterio obrado en María, que él todavía no conoce; la pobreza extrema de Belén; la profecía de Simeón en el Templo sobre los sufrimientos del Salvador; la angustiosa huida a Egipto; la vida apenas sin recursos en un país extraño; la vuelta de Egipto y los temores ante Arquelao… Fue siempre fidelísimo a la voluntad de Dios, dejando a un lado planes y razones meramente humanas. Le pedimos especialmente hoy al Santo Patriarca el deseo eficaz de cumplir la voluntad de Dios en todo, en una entrega alegre, sin condiciones, que sirva a muchos para que encuentren el camino que conduce al Cielo.

II. En la Oración Colecta de la Misa del día se repite la palabra fidelidad aplicada a San José: ‘Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José…’ Parece como si el Señor quisiera hoy recordarnos la fidelidad a nuestros compromisos para con Él y para con los demás, la fidelidad a la vocación recibida de Dios, a la llamada que cada cristiano ha recibido, su quehacer en el mundo según el querer de Dios. Nuestra vida no tiene otro sentido que ser fieles al Señor, en cualquier edad y circunstancia en la que nos encontremos. De eso depende, lo sabemos bien, nuestra felicidad en esta vida y, en buena parte, la felicidad de quienes nos rodean. Le decimos hoy al Señor que queremos ser fieles, entregados a nuestro quehacer divino y humano en la tierra, como lo fue San José, sabiendo que de ello depende el sentido de nuestra vida toda. Examinemos despacio en qué podríamos ser más fieles: compromisos para con Dios, con quienes quizá tenemos a nuestro cargo, en el apostolado, en la tarea profesional…

III. Mientras meditamos la Solemnidad de hoy, consideremos el principio enunciado por Santo Tomás, que se aplica a la elección de San José, y a toda vocación: «A los que Dios elige para algo los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello» (Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4, c). La fidelidad de Dios se muestra en las ayudas que otorga siempre, en cualquier situación en que nos encontremos, para que cumplamos fielmente nuestra misión en la tierra. San José correspondió delicada y prontamente a las innumerables gracias que recibió de parte de Dios. Nosotros debemos meditar muchas veces que el Señor no nos fallará jamás; Él espera siempre nuestra correspondencia firme. El ‘no sentir’ a Dios alguna vez –o por largos períodos–, el no sentirse atraído a dedicar a Dios el mejor rato del día, puede deberse, quizá, a que se tiene el alma llena de uno mismo y de todo lo que pasa a nuestro alrededor. En estos momentos la fidelidad a Dios es fidelidad al recogimiento interior, al empeño por salir de ese estado, a la vida de oración, a esa oración en la que el alma se queda sola, desnuda ante Dios y le pide, o le mira… Dios espera de todos nosotros una actitud despierta, amorosa, llena de iniciativas. Hoy pedimos a San José esa juventud interior que da siempre la entrega verdadera, la renovación desde sus mismos cimientos de estos firmes compromisos que adquirimos un día. Le pedimos también por tantos que esperan de nosotros esa alegría interior, consecuencia de la entrega, que les arrastre hasta Jesús, a quien encontrarán siempre muy cerca de María.

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